Esta gran mujer se sentía
orgullosa de sus raíces y de sus ancestros mexicanos, elementos reflejados, no
solamente, en su obra y en su forma de vestir, sino también en la cocina. De
Frida Kahlo se ha dicho mucho por doquier, bien y mal pero de lo que poco
se ha hablado es de su pasión alterna a la pintura: la cocina.
Le encantaban las fiestas populares fueran profanas o religiosas y para celebrarlas no podía faltar tequila ni comida. Una de las fechas que más disfrutaba eran la del día de los muertos e noviembre y ahí si que se esmeraba para atender y agasajar a la señora muerte. La casa se llenaba de de actividad y no paraban durante la creación de las ofrendas para los difuntos de la familia. Frida hacia las compras de los ingredientes y las calaveras de azúcar en el mercado de la Merced, para preparar los platillos y decorar la mesa. El menù consistía en pan de muerto, tlacoyos de maíz morado - sus preferidos-, variedad de moles, torrejas, tamales, calabazas, pipiàn, atole y mucho más. Reinaba la abundancia.
Para Frida Kahlo la vida o estaba completa si la comida mexicana y cocinarla era parte de su forma de amar, asì como de aliviar los dolores del alma y del cuerpo. La comida era la medicina para alegrar el espíritu, y el tequila, el elixir del olvido.
Decía: "Bebo
para olvidar pero ahora...
No
me acuerdo de qué".
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