최근 일 대회 상금에게 주어졌습니다 나는 편지의 젊은 약속, 불과 16 년만에 여자 칼리, 콜롬비아, 루이사 마리아 로드리게스에 특히 참조 해당 카테고리의 3 명의 승자으로, "내 사람들의 성격"산문과 운문을 모두 쓰고있는 동안. 그는 위치에있는 이야기의 전국 대회에 참가하여 예비 국제 생태 Nariño Pupiales 2011 버전 참여자 유일한 콜롬비아입니다 수상했다.
Apartes de los textos: el primero es cuento narrativo y el segundo es una crónica.
1.-CUENTO: Allá Afuera.
Santiago de Cali, 1 de Enero
de 2.451
Las luces ultravioletas de
los postes de vigilancia iluminaban todas las calles en busca de aquellos que
osaban a desafiar el toque de queda, el aire dentro del domo se mostraba cálido
en comparación con el clima hostil del exterior, donde las pocas especies de
maleza y animales sin domar se encontraban, la luna brillaba en la cúspide del
cielo, su luz chocando con el vidrio polarizado del domo.
“El
tercer terremoto que provoco un Tsunami parecido al de Japón asusto al mundo,
el daño estaba hecho y con la guerra en su punto en Asia, era hora de buscar
una manera de salvar al mundo… La naturaleza estaba cobrando la cuenta por los
años de abuso y explotación y el precio final… Era la aniquilación total de la especie
humana, claro esta, si antes nosotros mismo no acabábamos con nuestra especie.”
Daniela apoyo su mano contra
el frío y grueso cristal que separaba a su comunidad de la hostil y rabiosa
naturaleza, había escuchado historias terroríficas de lo que fuera del domo
habitaba, de lo que podría ocurrirle si osaba a salir de la protección del
cristal, había crecido escuchando de los desastres que la humanidad había
vivido en el pasado y que habían terminado por empujar al hombre a correr en
busca de seguridad a enormes capsulas de vidrio elevadas por metros de los
suelos, sostenidos por fuerzas magnéticas… Daniela había escuchado durante
todos sus 17 años que era peligroso buscar salir afuera pero aun así había algo
que la llamaba, algo allá afuera esperaba por ella.
Se movió con sigilo
alejándose de su residencia, evitaba a cualquier costo las luces violetas que
provenían de las altas torres, no podía dejar que percibirán que estaba afuera
durante el toque de queda y menos, que era una menor de edad en busca de una
salida del mundo de cristal donde era prisionera de la seguridad. El pequeño
relicario de oro blanco de una desconocida forma alumbraba su paso con un
pequeño brillo verde oliva, el color de su esencia mental y emocional. Daniela
era consiente que al cumplir 21 años esa esencia desaparecería mediante el
proceso de selección de vida, perdería lo que era y se convertiría en lo que el
sistema quería que fuera, todos los hacían, los “consejeros” se encargaban de
buscar un lugar a cada uno dentro de la sociedad perfecta en la que
vivían…
Su cabello corto color
azabache se mecía con el viento a medida que se movía con extremo sigilo,
sentía las vibraciones que enviaba su reloj en su muñeca, una manera de
controlar la adrenalina que corría por su cuerpo, pequeños impulsos eléctricos
que buscaban su relajación, un regalo de cumpleaños de parte de su abuelo.
Apuro sus pasos al escuchar
la patrulla de guardia que se acercaba por la esquina de su derecha, sabia que
los guardias cargaban armas de parálisis energético y que incluso a una
distancia de 12 kilómetros podrían alcanzarla con rus rayos azul claro, le
había pasado hace dos años a uno de sus antiguos compañeros de clase, su cuerpo
se había detenido, su corazón había dejado de latir por la alta descarga y al
final, luego de haberlo conectado a una maquina de rayos gama habían logrado
que volviera a latir su corazón… Pero jamás fue el mismo, el sistema se encargo
de que el rebelde dentro de él desapareciera del todo y termino por acomodarlo
en una pequeña fábrica de productos plásticos al este del país, cerca al domo
de la Orinoquia… O eso fue lo que se les informo luego de seis meses del
“incidente”.
Daniela no quería correr esa
suerte, no por el momento, aun tenia mucho que hace antes de ser reubicada, su hermano
era la mayor de sus prioridades… Aún sabiendo que su memoria seria aniquilada
al ser reubicada, su hermano menor era algo que ella no deseaba olvidar y ella
era algo que deseaba él jamás olvidará.
La patrulla se acercaba a
una velocidad extrema, sus botas chocaban con el negro pavimento en búsqueda de
alcanzar mayor velocidad, su mochila chocaba contra su espalda y la patineta de
deslizamiento se resbalaba de su mano enguantada, dudaba si usar, si lo hacia
podrían rastrear el olor a propano que esta desprendía al despegar pero si no
la usaba y terminaban por verla a la distancia era mas fácil convertirse en una
presa y ser cazada que con la patineta bajo sus pies. Asintió al vacio y arrojo
con fuerza la tabla al aire unos metros mas allá, presiono el botón rojo de su
brazalete y la llama de la deslizadora se encendió, las luces de la patrulla de
acercaban y el sonido grotesco de la sirena retumbaba en sus oídos, dio un
salto con fuerza y presiono sus pies sobre la tabla impulsando su cuerpo hacia
delante, esquivando las luces de las torres y las destartaladas paredes de
ladrillo de las casa que se cruzaban en su camino.
2.- CRÓNICA: La
voz del Prójimo.
A la 1 y 5 minutos de la
madrugada de aquel martes, la tierra se sacudió y los cristales que adornaban
las ventanas del Batallón de Infantería No. 8 Pichincha se mecieron como si
bailaran de forma salvaje. Sin haber llegado a dormir, el capellán se levantó
de un salto, tratando de dimensionar en su cabeza lo que estaba sucediendo.
Alfonso Hurtado Galvis, de 32 años, se puso sobre los hombros el largo hábito
negro y casi a pasos temblorosos se asomó por el pasillo.
Los soldados caminaban de un
lado al otro, sin ningún tipo de orden entre ellos, y a través de la muralla
del batallón los colores bailaban en el oscuro cielo, no había estrellas y la
luna no se reflejaba. Una noche fría y oscura, como cualquier otra, sino era
por aquel extraño resplandor.
Sin decir nada, sin ser
consciente de que sucedía en la penumbra de Cali, el capellán Alfonso Hurtado
subió al primer camión que partió del Batallón, poco más de 15 minutos después.
A su lado, el subcomandante Jaime Rodas lanzaba órdenes a los hombres que iban;
entre asustados y nerviosos; a una zona que parecía más de pesadilla que la de
una ciudad como tal.
El cielo negro enmarcaba el
hongo de colores vivos que se fundía en el cielo, lo que; extrañamente; le
recordó a los videos de más de 10 años atrás, cuando el mundo vio la caída de
las bombas en Japón. Mientras dejaban atrás la imagen del Batallón, más gente
se apeñuscaba en las calles. En pijama y con los rostros ensombrecidos por las
emociones, las personas gritaban y pedían auxilio; nadie sabía nada. Nadie
quería saber nada.
En la esquina de la carrera
1 con la calle 21, el camión se detuvo de improvisto y los hombres vieron con
horror lo que debían atravesar en adelante. Cuando el joven capellán coloco sus
pies en el suelo, pudo sentir el calor de brasas a fuego lento, el olor de piel
quemada y el ruido escabroso de lo que aún se movía bajo las toneladas de
escombros.
No habían avanzado ni un
metro cuando sus pies chocaron con un brazo que se perdía bajo una pila de
escombros, de lo que parecía haber sido una puerta y unos cuantos ladrillos.
Uno de los soldados a sus lados la movió con repulsión mientras comprobaban que
no había nada de movimiento. El hombre
lanzo una bendición al aire y sorteo un gran pedazo de cemento que obstaculizaba
su camino.
Siguió caminando con paso
lento, metiendo sus manos bajo pilas de material destruido, con el oído
predispuesto a cualquier sonido que le dijese que había algo ahí; en el barro o
bajo el cemento que había volado en pedazos; pero lo único que se escuchaba en
las calles; oscuras por la ceniza; eran los sonidos de las botas al chocar con
el pavimento y de escombros moviéndose mientras a la lejanía, el sonido de las
sirenas y los gritos hacía más pesado el aire.
Balbuceos y gritos fue lo
que alertaron a los soldados, que en silencio, seguían escarbando entre los
poco que podían ver. Él hombre apareció entre la oscuridad, con la ropa
interior cubierta por la ceniza negra y el rostro ensombrecido en dolor.
Llevaba el arma en la mano y repetía una y otra vez que lo había perdido todo,
entre ello, a su esposa y sus hijos.
El padre Alfonso se adelanto
y le murmuro que se calmase, temiendo otra tragedia; pero el hombre negó con
desesperación y el sonido del disparo resonó en la silenciosa noche. El cuerpo
cayó a los pies del capellán que solo se limito a cerrar los ojos y dar una
oración. No podía; después de todo; hacer más.
Para cuando ya habían
avanzado unas calles; o lo que parecieron calles; los gemidos de los
sobrevivientes comenzaron a resonar entre los montones de cemento y barro que
cubrían todo lo que podía ver. A la joven la encontró recostada entre los
escombros, con el cuerpo embarrado y la mano sobre su vientre. No tenía poco
más de 18 años y él se agacho a su lado mientras notaba como ella; en medio de
la incertidumbre y la oscuridad; daba a luz.
Escucho que ella murmuraba
el nombre del bebe con esfuerzo, mientras él arrullaba a la pequeña recién
nacida. “María Eugenia”, volvió a
murmurar ella con la voz entrecortada y él sonrío; porque, por ese pequeño
momento, la luz se veía en medio de la oscuridad.
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