domingo, 18 de noviembre de 2012

Novel escritora, gana otro concurso... 소설 작가는 다른 대회를 승리 ...

En días pasados fueron entregados los premios del concurso "el personaje de mi pueblo", que contó con tres  categorías: primaria, bachillerato y universidad.   Hago referencia en especial a la ganadora en la categoría de bachillerato una joven promesa de las letras, una chica caleña, colombiana de escasos 16 años; Luisa Marìa Rodríguez que desde hace rato viene escribiendo tanto textos en prosa como en verso. Ha participado en el concurso nacional del cuento ocupando puestos preliminares y gano el concurso ecológico internacional en Pupiales Nariño versión 2011 siendo la única colombiana que participó.



최근 일 대회 상금에게 주어졌습니다 나는 편지의 젊은 약속, 불과 16 년만에 여자 칼리, 콜롬비아, 루이사 마리아 로드리게스에 특히 참조 해당 카테고리의 3 명의 승자으로, "내 사람들의 성격"산문과 운문을 모두 쓰고있는 동안. 그는 위치에있는 이야기의 전국 대회에 참가하여 예비 국제 생태 Nariño Pupiales 2011 버전 참여자 유일한 콜롬비아입니다 수상했다.


Apartes de los textos: el primero es cuento narrativo y el segundo es una crónica.

1.-CUENTO:  Allá Afuera.
Santiago de Cali, 1 de Enero de 2.451

Las luces ultravioletas de los postes de vigilancia iluminaban todas las calles en busca de aquellos que osaban a desafiar el toque de queda, el aire dentro del domo se mostraba cálido en comparación con el clima hostil del exterior, donde las pocas especies de maleza y animales sin domar se encontraban, la luna brillaba en la cúspide del cielo, su luz chocando con el vidrio polarizado del domo.

“El tercer terremoto que provoco un Tsunami parecido al de Japón asusto al mundo, el daño estaba hecho y con la guerra en su punto en Asia, era hora de buscar una manera de salvar al mundo… La naturaleza estaba cobrando la cuenta por los años de abuso y explotación y el precio final… Era la aniquilación total de la especie humana, claro esta, si antes nosotros mismo no acabábamos con nuestra especie.”

Daniela apoyo su mano contra el frío y grueso cristal que separaba a su comunidad de la hostil y rabiosa naturaleza, había escuchado historias terroríficas de lo que fuera del domo habitaba, de lo que podría ocurrirle si osaba a salir de la protección del cristal, había crecido escuchando de los desastres que la humanidad había vivido en el pasado y que habían terminado por empujar al hombre a correr en busca de seguridad a enormes capsulas de vidrio elevadas por metros de los suelos, sostenidos por fuerzas magnéticas… Daniela había escuchado durante todos sus 17 años que era peligroso buscar salir afuera pero aun así había algo que la llamaba, algo allá afuera esperaba por ella.

Se movió con sigilo alejándose de su residencia, evitaba a cualquier costo las luces violetas que provenían de las altas torres, no podía dejar que percibirán que estaba afuera durante el toque de queda y menos, que era una menor de edad en busca de una salida del mundo de cristal donde era prisionera de la seguridad. El pequeño relicario de oro blanco de una desconocida forma alumbraba su paso con un pequeño brillo verde oliva, el color de su esencia mental y emocional. Daniela era consiente que al cumplir 21 años esa esencia desaparecería mediante el proceso de selección de vida, perdería lo que era y se convertiría en lo que el sistema quería que fuera, todos los hacían, los “consejeros” se encargaban de buscar un lugar a cada uno dentro de la sociedad perfecta en la que vivían… 

Su cabello corto color azabache se mecía con el viento a medida que se movía con extremo sigilo, sentía las vibraciones que enviaba su reloj en su muñeca, una manera de controlar la adrenalina que corría por su cuerpo, pequeños impulsos eléctricos que buscaban su relajación, un regalo de cumpleaños de parte de su abuelo.

Apuro sus pasos al escuchar la patrulla de guardia que se acercaba por la esquina de su derecha, sabia que los guardias cargaban armas de parálisis energético y que incluso a una distancia de 12 kilómetros podrían alcanzarla con rus rayos azul claro, le había pasado hace dos años a uno de sus antiguos compañeros de clase, su cuerpo se había detenido, su corazón había dejado de latir por la alta descarga y al final, luego de haberlo conectado a una maquina de rayos gama habían logrado que volviera a latir su corazón… Pero jamás fue el mismo, el sistema se encargo de que el rebelde dentro de él desapareciera del todo y termino por acomodarlo en una pequeña fábrica de productos plásticos al este del país, cerca al domo de la Orinoquia… O eso fue lo que se les informo luego de seis meses del “incidente”.

Daniela no quería correr esa suerte, no por el momento, aun tenia mucho que hace antes de ser reubicada, su hermano era la mayor de sus prioridades… Aún sabiendo que su memoria seria aniquilada al ser reubicada, su hermano menor era algo que ella no deseaba olvidar y ella era algo que deseaba él jamás olvidará.

La patrulla se acercaba a una velocidad extrema, sus botas chocaban con el negro pavimento en búsqueda de alcanzar mayor velocidad, su mochila chocaba contra su espalda y la patineta de deslizamiento se resbalaba de su mano enguantada, dudaba si usar, si lo hacia podrían rastrear el olor a propano que esta desprendía al despegar pero si no la usaba y terminaban por verla a la distancia era mas fácil convertirse en una presa y ser cazada que con la patineta bajo sus pies. Asintió al vacio y arrojo con fuerza la tabla al aire unos metros mas allá, presiono el botón rojo de su brazalete y la llama de la deslizadora se encendió, las luces de la patrulla de acercaban y el sonido grotesco de la sirena retumbaba en sus oídos, dio un salto con fuerza y presiono sus pies sobre la tabla impulsando su cuerpo hacia delante, esquivando las luces de las torres y las destartaladas paredes de ladrillo de las casa que se cruzaban en su camino.


2.-  CRÓNICALa voz del Prójimo.

A la 1 y 5 minutos de la madrugada de aquel martes, la tierra se sacudió y los cristales que adornaban las ventanas del Batallón de Infantería No. 8 Pichincha se mecieron como si bailaran de forma salvaje. Sin haber llegado a dormir, el capellán se levantó de un salto, tratando de dimensionar en su cabeza lo que estaba sucediendo. Alfonso Hurtado Galvis, de 32 años, se puso sobre los hombros el largo hábito negro y casi a pasos temblorosos se asomó por el pasillo.

Los soldados caminaban de un lado al otro, sin ningún tipo de orden entre ellos, y a través de la muralla del batallón los colores bailaban en el oscuro cielo, no había estrellas y la luna no se reflejaba. Una noche fría y oscura, como cualquier otra, sino era por aquel extraño resplandor. 

Sin decir nada, sin ser consciente de que sucedía en la penumbra de Cali, el capellán Alfonso Hurtado subió al primer camión que partió del Batallón, poco más de 15 minutos después. A su lado, el subcomandante Jaime Rodas lanzaba órdenes a los hombres que iban; entre asustados y nerviosos; a una zona que parecía más de pesadilla que la de una ciudad como tal.

El cielo negro enmarcaba el hongo de colores vivos que se fundía en el cielo, lo que; extrañamente; le recordó a los videos de más de 10 años atrás, cuando el mundo vio la caída de las bombas en Japón. Mientras dejaban atrás la imagen del Batallón, más gente se apeñuscaba en las calles. En pijama y con los rostros ensombrecidos por las emociones, las personas gritaban y pedían auxilio; nadie sabía nada. Nadie quería saber nada.

En la esquina de la carrera 1 con la calle 21, el camión se detuvo de improvisto y los hombres vieron con horror lo que debían atravesar en adelante. Cuando el joven capellán coloco sus pies en el suelo, pudo sentir el calor de brasas a fuego lento, el olor de piel quemada y el ruido escabroso de lo que aún se movía bajo las toneladas de escombros.

No habían avanzado ni un metro cuando sus pies chocaron con un brazo que se perdía bajo una pila de escombros, de lo que parecía haber sido una puerta y unos cuantos ladrillos. Uno de los soldados a sus lados la movió con repulsión mientras comprobaban que no había nada de movimiento.  El hombre lanzo una bendición al aire y sorteo un gran pedazo de cemento que obstaculizaba su camino.

Siguió caminando con paso lento, metiendo sus manos bajo pilas de material destruido, con el oído predispuesto a cualquier sonido que le dijese que había algo ahí; en el barro o bajo el cemento que había volado en pedazos; pero lo único que se escuchaba en las calles; oscuras por la ceniza; eran los sonidos de las botas al chocar con el pavimento y de escombros moviéndose mientras a la lejanía, el sonido de las sirenas y los gritos hacía más pesado el aire.

Balbuceos y gritos fue lo que alertaron a los soldados, que en silencio, seguían escarbando entre los poco que podían ver. Él hombre apareció entre la oscuridad, con la ropa interior cubierta por la ceniza negra y el rostro ensombrecido en dolor. Llevaba el arma en la mano y repetía una y otra vez que lo había perdido todo, entre ello, a su esposa y sus hijos.

El padre Alfonso se adelanto y le murmuro que se calmase, temiendo otra tragedia; pero el hombre negó con desesperación y el sonido del disparo resonó en la silenciosa noche. El cuerpo cayó a los pies del capellán que solo se limito a cerrar los ojos y dar una oración. No podía; después de todo; hacer más.

Para cuando ya habían avanzado unas calles; o lo que parecieron calles; los gemidos de los sobrevivientes comenzaron a resonar entre los montones de cemento y barro que cubrían todo lo que podía ver. A la joven la encontró recostada entre los escombros, con el cuerpo embarrado y la mano sobre su vientre. No tenía poco más de 18 años y él se agacho a su lado mientras notaba como ella; en medio de la incertidumbre y la oscuridad; daba a luz.

Escucho que ella murmuraba el nombre del bebe con esfuerzo, mientras él arrullaba a la pequeña recién nacida. “María Eugenia”, volvió a murmurar ella con la voz entrecortada y él sonrío; porque, por ese pequeño momento, la luz se veía en medio de la oscuridad.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Visitas de un hermoso pequeño país europeo


He tenido unas visitas muy agradables, vienen de lugares de Suiza, la gran y pequeña nación europea llena de contrastes pero de los buenos. Siempre me acuerdo cuando estaba en el grado once y en navidad me contagiaron con  rubeola, me llegaron catálogos de internados para ir a estudiar, en esa época quedó solo en ver esos hermosos lugares en papel; por ese recuerdo hoy quiero que viajen conmigo mientras el mundo entero pasa por el lujo y el frenesí de Ginebra  o Zúrich, la vida propiamente suiza transcurre pacífica y asincrónica con los tiempos modernos, en una serie de pequeñas poblaciones enclavadas entre praderas y montañas.

En primavera, el tren solo tarda un par de minutos para trasladar al viajero del centro de Berna a un escenario de planicies sembradas con leguminosas, de minifundios gobernados por chalets, tractores y animales de campo. Por aquí pasaron los romanos hace casi 2.000 años. Habrán notado como cada elemento en el panorama está ubicado en una composición armoniosa, y como cada color ha sido puesto allí por el mágico pincel de la naturaleza. Al fondo se acercan los blancos pinos de los Alpes, torres fronterizas que advierten que esto aún no es Francia.  

Desde Thun se puede ver la cara norte de Eiger y sus pinos hermanos – Monch (Monje) y Jungfrau (señorita), que vigilan el paisaje a 4.000 metros de altura. Desde las casas construidas sobre las mesetas del pueblo, algunos locales han visto alpinistas atascados en lo alto. Pero en el pueblo, escalar y caminar las alturas entre angostos senderos rocosos es una actividad ordinaria, incluso para niños y mayores de 70 años. Algunos encuentran más excitante amarrar una cuerda al puente de madera del río Aare  para alzarse a surfear contra la corriente, o realizar piruetas en pequeñas aeronaves en los campos circundantes.   

Menos desafiantes, hombres y mujeres de Thun se acercan a las panaderías muy temprano en la mañana buscando pan esponjoso y abundante en nueces y semillas de amapola, girasol y ahuyama. En el mercado del centro los cultivadores llevan frutas y verduras producidas bajos rigurosos estándares orgánicos, por las que muchos pagan gustosos sin reparar en precios. Los dos castillos que dominan la vista cerca al centro, pequeños y coloridos, portan emblemas del oso, símbolo del cantón bernés. ¡Cuántas feroces guerras se libraron en tan apacible escenario!

El río Aare, que en verano trae en pequeños flotadores a la gente desde Berna, inunda de aguas verdes y azules el lago Thun. Desde allí, las canoas y botes turísticos navegan hacia la zona entrelagos, Interlaken, donde se está cerca de Jungfrau y se disfruta de un colorido paisaje glaciar.

No hay tradición de fastuosidad, derroche y opulencia entre los antiguos hidalgos suizos. Sencilla arquitectura, modestos aposentos y murallas eficaces se conservan hoy en un paisaje que pareciera describir un mundo de fantásticos cuentos infantiles. Dentro del casco antiguo de Gruyeres, hoy alternan edificios medievales de la época fundacional con restaurantes modernos de fondue.

En las calles del pueblo hay señales visuales, tal vez, olfativas para el mes agudizo, que conducen a la fábrica de queso. Geométricas, las piezas circulares del insigne producto local se alinean en filas y filas de estanterías visibles a través, del vidrio sellado de la bodega. Se trata de un abrebocas para quien desee pasar las horas aprendiendo a hacer el queso de forma tradicional. 

Un tren desde Gruyeres o una caminata de una hora entre montes, riachuelos y pastizales lleva hasta Broc. Hace u par de siglos, maestros chocolateros de Italia y Alemania se instalaron cerca de esta zona para  agregar cacao a las caudales de agua y leche. Hoy, la gente de Broc, un diminuto pueblito de 2.000 habitantes es vecino de la fábrica Nestlé y de la mansión del chocolate Cailler. Allí, luego de esquivar muros y canastillas repletas de chocolates en combinaciones imposibles, el viajero huye por un momento para adentrarse en un museo animado de la tradición cacaotera. Filas de visitantes esperan ansiosos luego su turno para introducir su mano en los sacos de cacaos tostados de Venezuela, Guatemala y Guinea, y degustar así las formas primigenias. Pronto los dedos se sumergen en pilas de almendras, avellanas y otras nueces, para imitar en el paladar la transformación que a la vez, observan en vivo a través, de su recorrido por la fábrica. Al fil todos atraviesan un cuarto de degustaciones, donde prueban muchas de todos los tipos del chocolate suizo.

En Murten, cerca del lago del mismo nombre, han rescatado por igual centenarias tradiciones, edificaciones y folklore. Entre las calles de esta ciudad fortaleza, dominada por un castillo medieval, se erige hoy un molino neolítico, se develan rutas romanas y se conservan leyendas de valientes héroes locales.


Al otro lado del país, en Chur, se recitan con gracia las aventuras de Jorg Jenatsch, aquel que se atrevió a cambiar de bando en plenas guerras religiosas del siglo XVII. Desde Chur y hacia el sur-oriente  las carreteras de la montaña zigzaguean hacia lo alto, revelando en cada curva pequeñas fortificaciones abandonadas. Por siglos, los dispersos asentamientos suizos aprovecharon los caminos romanos con el fin de crear redes de vigilancia para sus valles estrechos y evitar desagradables sorpresas militares de los pueblos más ambiciosos. Aún hoy, los campesinos aprovechan las rutas para bajar de las montañas cargados de quesos, y llevar sus vacas a pasar el invierno en las zonas llanas, a veces en medio de flores y festividad.
 
El frío de invierno y la nieve en abundancia son noticias alegres en esta parte del mundo. A la sombra de grandes centros de deportes invernales como Davos y St. Moritz, los niños aprenden a bajar en grandes velocidades en trineos, apenas sujetos a una cuerda, por las congeladas pistas de Bergun. Los suizos caminan de nuevo por unos meses sobre blanco, como escapado ansiosos del gris asfáltico de la vida moderna. Esa vida que mantiene aún para el mundo la simpleza pueblerina de la montaña como el secreto más insospechado.