domingo, 24 de febrero de 2013

CRÓNICA DE UNA AGONÍA: "MORTALIDAD", ya el publico puede leer.


Está en librerías el libro póstumo del controvertido
 intelectual Christopher Hitchens.
Se trata de un testimonio desgarrador
 de sus últimos días de vida.

Una noche de junio de 2010, cuando se encontraba en medio de la gira de promoción de su más reciente libro, Christopher Hitchens sintió que sus pulmones se llenaban de cemento. Se despertó en medio de la oscuridad, sin aliento. “Me oía respirar débilmente, pero no podía llenar de aire los pulmones. Mi corazón latía demasiado deprisa o demasiado despacio. Cualquier movimiento, por pequeño que fuera, requería premeditación y planificación. Me exigió un esfuerzo extenuante cruzar la habitación de mi hotel en Nueva York y llamar a los servicios de urgencias”, relata en las primeras páginas de su libro póstumo, Mortalidad. 

Lo que siguió es conocido. Hitchens, uno de los ensayistas más populares de las últimas décadas, recibió un pronóstico oscuro: sufría de un cáncer pulmonar terminal con complicaciones linfáticas y le quedaba poco tiempo. A pesar de la mala noticia, siguió con la gira de promoción de sus memorias, tituladas Hitch-22, y asistió a entrevistas, programas de radio y televisión y debates públicos. “Aunque vomité (…) con una extraordinaria combinación de precisión, limpieza, violencia y profusión, justo antes de cada evento”, cuenta.

Hitchens tampoco decidió negar su enfermedad o esconderse. De hecho, en la revista Vanity Fair documentó en varias crónicas —acompañadas de crudas fotografías—, el desarrollo de su enfermedad. Justamente el conjunto de esos textos periodísticos forma el libro que acaba de llegar a las librerías. Hitchens decidió además llevar la situación, la de su propia muerte, con sentido del humor y sin  dramatizar: “No me veo golpeándome la frente conmocionado ni me oigo gimotear sobre lo injusto que es todo: he retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta incluso aburrido. La ira estaría fuera de lugar por la misma razón. En cambio, me oprime terriblemente la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio y me parecía que había trabajado lo bastante como para ganármelo”.   

El autor británico también prometió que, por más dolorosa y angustiante que fuera su enfermedad, no cambiaría ni un segundo su postura frente a Dios. En efecto, Hitchens fue un reconocido ateo —tal vez el más famoso del mundo— y dos de sus obras más leídas fueron Dios no es bueno (2008) y Dios no existe (2009). Desde el principio aseguró que no caería en la tentación de rezar por su vida o de pensar que algo vendría después de su muerte. La mayor parte de Mortalidad, de hecho, reafirma este credo esencial. Sus detractores, que no eran pocos, empezaron a especular —y, de hecho, iniciaron un macabro juego de apuestas— sobre cuándo se quebraría el escritor. Pero nunca lo hizo.

“Supongamos que abandono los principios que he tenido durante toda mi vida con la esperanza de ganarme un favor en el último minuto. Espero y confío en que ninguna persona seria admire esa actuación fraudulenta […]. Por otra parte, ese dios que premiaría la cobardía y la falta de honradez y castigaría las dudas irreconciliables está entre los muchos dioses en los que no creo”, escribió.

Hitchens murió el 15 de diciembre de 2011. Parece ser que hasta último momento mantuvo su actitud. Su esposa, Carol Blue, quien lo acompañó, contó que el británico leyó a sus autores favoritos hasta los últimos días, pues lo tranquilizaban. En el epílogo de Mortalidad Carol también narra que, después de su muerte, se dedicó a vaciar las estanterías de los libros de Hitchens y a leer las notas que él depositaba en ellos: “Cuando lo hago, le escucho, y él tiene la última palabra. Una vez tras otra, Christopher tiene la última palabra”. Seguramente así le hubiera encantado que lo recordaran.

lunes, 4 de febrero de 2013

Unas gratisimas visitas, bienvenidos.....


Tengo visitas de la parte norte de América que rico de un lugar muy llamativo, pujante y hermoso.
  

La ciudad de Poza Rica de Hidalgo se localiza al norte del estado mexicano de Veracruz, al oriente de la República mexicana.

Recientemente la ciudad ha experimentado un nuevo auge en la actividad económica, impulsada por las inversiones en materia de explotación petrolera por parte de la empresa paraestatal petróleos mexicanos, lo que ha traído consigo un auge en materia comercial, que aunado a su ubicación estratégica y concentración de servicios, ocasiona un flujo cotidiano de personas residentes de otras localidades, municipios y ciudades cercanas como Papantla, Gutiérrez Zamora, Tecolutla y Tihuatlan en el estado de Veracruz, extendiendo su área de influencia sobre localidades y poblaciones del vecino Estado de Puebla, que confluyen a ésta por distintos motivos, entre los que se encuentran salud, empleo, educación o compras, ya que en la misma se localizan los mayores centros de abasto, comercio y servicios.

En cuanto a la gastronomía local, esta se distingue por incluir platillos típicos de la región Totonaca y Huasteca, de los cuales el más reconocido es el Zacahuil, además de una gran variedad de antojitos típicos mexicanos, entre los que sobresalen los sopes, bocoles,molotes, tlacoyos, enchiladas, blanditas, etc.

Las páginas de oro, a propósito del Marques de Sade


Con el libro 120 dìas de Sodoma, el Marques de Sade vuelve a la actualidad; ahora  hace parte del exclusivo grupito de libros subastados y admirados por los colecciones millonarios.

Algunos libros originales han alcanzado precios exorbitantes en subastas.
 Estas son algunas de las ediciones  antiguas más caras.

La Biblia de Gutenberg

Sólo existen 48 copias del primer libro impreso. Cada página se subasta en 75.000 dólares. Un volumen completo podría costar hasta 10 millones.

Obras completas de William Shakespeare


Este volumen, impreso en 1623, incluye las tragedias y comedias y alcanzó en 2001 un precio increíble: 9 millones de dólares.

Frankenstein de Mary Shelley


Se imprimieron 500 ejemplares de esta obra maestra en 1818. Una de ellas, dedicada a Lord Byron, se vendió en 500.000 dólares.


Carta de Cristóbal Colón


Esta pequeña publicación de cuatro páginas, que anuncia la llegada española de América, fue subastada en 600.000 dólares.

La Biblia del rey Jacobo I de Inglaterra


Impresa en 1611, encargada por el monarca con su propia versión, cuesta 750.000 dólares.


El origen de las especies de Charles Darwin


1.250 ejemplares del libro científico más importante del siglo XIX fueron impresos en 1859. Cada uno cuesta 200.000 dólares.

La riqueza de las naciones de Adam Smith


Impreso en 1776, un ejemplar de este clásico de la economía moderna puede costar 150.000 dólares.

Geografía de Ptolomeo


Un ejemplar con los primeros mapas dibujados en 1477 por este investigador se vendió en 3 millones de  dólares en 2007.

domingo, 3 de febrero de 2013

Debe estar bailado en la tumba, el Marques Sade y sus 120 días de Sodoma


Esta es la asombrosa historia de cómo el original de ‘Los 120 días de Sodoma’, del marqués de Sade, pasó de ser una obra censurada a un tesoro por el que la Biblioteca Nacional de Francia está dispuesta a pagar 5 millones de euros.


Cuando Sade murió, en 1814, triste y olvidado, jamás imaginó que el manuscrito de una de sus obras más polémicas terminaría siendo objeto de una intrincada travesía que parece sacada de una novela de suspenso. El autor de obras como Justine o los infortunios de la virtud o La filosofía en el tocador, fue considerado un demente peligroso y pasó casi 30 años de su vida encerrado en calabozos y manicomios. Ahora, uno de los textos que escribió durante su tortuosa reclusión podría llegar a costar 5 millones de euros.    

Como es bien sabido, el marqués Donatien de Sade fue un artista maldito. Fue acusado varias veces, en especial por su familia política, de cometer actos ilegales, entre los que se encontraban orgías de varios días con prostitutas y abuso sexual infantil. Las autoridades consideraron estos hechos muy graves —sin tener pruebas concretas— y lo declararon peligroso para la sociedad. A partir de entonces pasó la mayor parte de su existencia en cárceles como la Bastilla, la fortaleza de Vincennes y el manicomio de Charenton.

Justamente en la célebre Bastilla escribió una de sus obras más reconocidas: Los 120 días de Sodoma. A pesar de que estaba incomunicado —llegó a pasar varias semanas aislado y encerrado en las letrinas—, en algún momento logró conseguir con ayuda de otros reclusos unos bienes muy preciado para él: un rollo de papel, una pluma y tinta.  

En 1785, durante 37 noches, el marqués escribió frenéticamente un texto que reflejaba sus obsesiones más oscuras. Quienes han visto el manuscrito dicen que es evidente que Sade no quería desperdiciar ni un centímetro de papel y que cada palabra le era preciosa. Sobre un rollo de 12 metros, y por ambos lados, el marqués escribió la historia de cuatro hombres adinerados que deciden recluirse en un castillo durante 120 días con un grupo de jóvenes. Durante las jornadas los hombres someten a los chicos y chicas a las más absurdas aberraciones: zoofilia, coprofagia y tortura brutal, entre muchas otras. El estilo del marqués, que resulta repulsivo para la mayoría de los lectores, es único y, de hecho, el adjetivo sádico se deriva de su apellido.

Sade sabía que su obra lo podría condenar definitivamente y la escondió en un hoyo en la pared. Sin embargo, en 1789, cuando se inició la Revolución francesa y la Bastilla fue incendiada por  los rebeldes, debió huir y no tuvo tiempo de recuperar el rollo. Pasó el resto de su vida en otros calabozos y nunca pudo regresar a buscar su trabajo. Cuando murió, obeso y casi ciego, estaba convencido de que su novela se había quemado. Dijo que había llorado “lágrimas de sangre” por esta pérdida irreparable. Pero estaba equivocado.

Lo que nunca supo el excéntrico marqués es que más de dos siglos después, el rollo prohibido sería un tesoro por el que hoy la Biblioteca Nacional de Francia está dispuesta a pagar 5 millones de euros, una cifra récord que jamás se ha pagado por un objeto similar (ver recuadro). Bruno Racine, el director de la prestigiosa institución, convenció al gobierno de su país de que se trata de una joya y de que Francia está en la obligación —en parte para reparar las injusticias a las que fue sometido su autor— de recuperarlo. “Es un texto depravado. Pero a nosotros no nos corresponde hacer un juicio moral sobre lo que está escrito. Este documento es uno de los más radicales, extremos y atroces de la literatura francesa”, le dijo Racine la semana pasada a The New York Times. 

A pesar de la enorme cantidad de recursos, no será tan fácil recuperarlo. El 14 de julio de 1789,  un hombre llamado Arnoux de Saint-Maximum rescató el escrito de las llamas que consumían a la Bastilla. Al poco tiempo se lo vendió al marqués de Villeneuve-Trans. El objeto permaneció durante tres generaciones oculto entre los archivos de la familia del noble. De alguna manera, que no está documentada, el manuscrito viajó a Alemania, y terminó en manos del psiquiatra Iwan Bloch. El doctor decidió publicado por primera vez en 1905, firmado con el seudónimo Eugene Durhen.  

En 1929, el vizconde Charles de Noailles y su esposa, Marie-Laure, descendiente de Sade, lo compraron. Seis años después decidieron publicarlo, en una edición secreta y reservada para un grupo muy pequeño de lectores. Cuando murieron, Natalie, su hija, lo heredó. Una noche, durante una cena en su casa, ella se lo enseñó a sus invitados, entre quienes se encontraba el escritor Italo Calvino. Fue él quien logró que Natalie se lo entregara al editor Jean Grouet, quien prometió cuidarlo.

Grouet, sin embargo, resultó ser un negociante y lo vendió, en 1982, a Gérard Nordman, un coleccionista suizo de objetos eróticos por 60.000 dólares, una cifra bastante alta para la época. Los herederos de la familia Noailles se enteraron y demandaron. Siete años después, la corte suprema de Francia decidió que el manuscrito había sido vendido ilegalmente, pero la legislación suiza no permitía restituir objetos culturales confiscados. Dos años más tarde, las cortes suizas determinaron que el original había sido adquirido de buena fe y que tendría que permanecer en manos de los herederos de Nordman. Para evitar un conflicto internacional, ellos le entregaron la custodia a la fundación Martin Bodmer. 

El tema parecía cerrado para siempre. Pero en 2007, Bruno Racine llegó a la dirección de la Biblioteca Nacional de Francia. La misión principal del flamante funcionario –quien ha recibido todo tipo de halagos por su labor— es recuperar los originales de las grandes obras de las letras francesas. De ahí su obsesión con el trabajo de Sade. “Es una pieza única, un trabajo excepcional y un milagro que haya sobrevivido”, le dijo a The New York Times.  

Racine le ofreció a los herederos de las familias Noailles y Nordman 5 millones de euros divididos en partes iguales.
 Es posible que gracias a la generosa propuesta el manuscrito regrese pronto a Francia con honores. De ese modo, el marqués de Sade podrá descansar más tranquilo.