jueves, 13 de junio de 2013

Visitas y mas visitas, que rico el tenerlos en este lugar....

En esta oportunidad llegan desde Israel, país de inmigrantes, recetas y sabores variados. Recorrerlo de norte a sur y degustar su comida equivale a probar la gastronomía de medio planeta.
Israel, donde se unen los sabores del mundo.

Quienes han estado por primera vez en una boda israelí coinciden en algo: se sorprenden al ver la cantidad de platos preparados. Además   de los novios, la comida es protagonista. En una sola mesa es posible encontrar flautas de harina rellenas de carne con salsa marroquí, rollitos de arroz envueltos en hojas preparados de acuerdo con una receta rumana y la ensalada típica israelí con aceite de oliva, trozos pequeños de pepino y tomate o kebab, esas bolitas de carne sazonada que conocen bien los turcos.

Lo que ocurre entre mesas y manteles es un reflejo de Israel: un  pequeño país localizado en Oriente Medio al que llegaron inmigrantes provenientes de más de 90 lugares. A pesar de la variedad gastronómica, hay quienes se atreven  a decir que no hay nada que realmente pueda denominarse como cocina judía o israelí. Esto se debe a que las opciones gastronómicas provienen de los países en donde estuvieron los judíos durante su peregrinar de siglos y siglos por el mundo. Al viajar, llevaron con ellos  su equipaje y, por supuesto, sus recetas.

Al estar en Israel se siente la pasión por la cocina. Además de las bodas, la comida es protagonista en otras celebraciones familiares, nacionales y religiosas. Si no es variada y en abundancia, el evento no está completo. Es como si después de tantos siglos de persecuciones o escasez, los judíos hubieran decidido llenar sus mesas de platos y preparaciones para combatir los miedos y desafiar la adversidad.
Shuk Majané Yehuda

La biblia describe a Israel como una tierra de cebada, higos, trigo, uvas, granadas, aceitunas y miel. Sin embargo, este es un país que ofrece mucho más que eso. El recorrido gastronómico puede iniciarse en Jerusalén, específicamente en el mercado o shuk Majané Yehuda, que data de 1887. Es tal su vitalidad, que algunos lo consideran el corazón de la ciudad, el sitio donde conviven todos sus personajes y emana su alma, su esencia. Sus callecitas  de puestos de frutas y verduras y restaurantes ofrecen una variedad que fascina. Allí se encuentran granadas rojas y enormes en los meses de septiembre u octubre, jalot en decenas de variedades- pan que se come en shabat, el día del descanso judío- o jugo de etrog un cítrico delicioso.

Pero esto es solo uno de las tantas delicias que ofrece el mercado. Algunos de los habitantes de la ciudad creen que aquí se vende el mejor rugelaj del mundo. Con este nombre se conoce a unas bolitas de harina y de forma alargada rellenas de una pasta de chocolate cremosa.
rugelaj

Muchos de los turistas que llegan al mercado prueban también platos variados y étnicos: el
meoraw Ierushalmi, una mezcla de menudencias preparadas a la parrilla y que fascina a más de uno; el sabij, un emparedado de origen tunecino compuesto de berenjena o el injara, el pan etíope, entre otros.

Otra de las atracciones del shuk son los puestos de especias donde parecen reunirse todos los aromas de la tierra: curry, azafrán, clavos, canela, paprika, laurel, tomillo y una lista de polvos y preparaciones para cocina que se hace interminable.

Uno de los restaurantes más visitados es Ima Kube, donde se venden los llamados kube, unas bolitas rellenas de carne o verduras de origen kurdo o iraquí que se comen con sopas o ensaladas. En este sitio es difícil encontrar una silla vacía. Al estar localizado en una ciudad donde la mayoría es judía y sigue los preceptos religiosos, buena parte de la comida que aquí se vende es kusher, es decir, sigue los preceptos del judaísmo. Por esta razón no se ven tiendas que vendan cerdo o mariscos.

Por las callecitas estrechas del Majané Yehuda también es posible encontrar restaurantes como Azura, que ofrecen shakshuka, una preparación con huevos, tomates y especias. Otros como Basher tienen una variedad tan amplia de quesos que parece irreal. Pero este no es el único mercado que es visitado asiduamente en Israel. Aproximadamente a 45 minutos de Jerusalén, la llamada ciudad santa está Tel Aviv, localizada a orillas del Mediterráneo. Esta urbe es reconocida por la variedad de restaurantes, muchos de los cuales, sirven todo tipo de platos sin ajustarse a los preceptos de la religión. Además de la comida local o de Oriente Medio como el falafel- bolitas de garbanzo- o el shwarma – trozos de carne de cordero, pollo o res- , ofrecen desde arepas colombianas hasta tapas españolas. La personalidad de ambas ciudades se refleja en su comida. En Jerusalén se encuentran preparaciones exquisitas ceñidas a la alimentación religiosa, mientras que en Tel Aviv las opciones gastronómicas no se rigen muchas veces por ningún canon. Lo único importante es el disfrute.

Para los que prefieren el verde y la tranquilidad lejos de las grandes ciudades, el norte del país cuenta con restaurantes en medio de las montañas o bosques donde se venden ensaladas enormes, panes con cereales y harinas variadas o carne preparada al estilo suramericano que se acompaña con buen vino.

Y es que recientemente Israel se ha convertido en participante y ganador de certámenes vitivinícolas europeos. De acuerdo con los historiadores, el país tiene una tradición de aproximadamente 5.000 años en producción de vinos. Aunque en un principio la bebida se usaba exclusivamente para fines religiosos, hoy es también elixir de las fiestas. Se organizan festivales y sus productores participan en concursos. Incluso hay una ruta que siguen los turistas y en la que pueden degustarse los vinos de más de 200 cavas y empresas productoras.

Todo esto ocurre en este país tan pequeño
 de Oriente Medio
en el que comer y beber
es tan importante como la vida misma.


miércoles, 5 de junio de 2013

martes, 4 de junio de 2013

Doy la bienvenida a visitantes de la gran manzana, y que mejor que irnos a recorrer un lugarcito que tiene cien añitos solamente…

En el 175 de la Quinta avenida se encuentra un edificio que alguna vez fue vedette de la arquitectura en Manhattan. A pesar de tener apenas 21 pisos y más de 100 años, hoy su belleza sigue cautivando a propios y extraños.

EL FLATIRON, pequeño gigante en New York

La mayoría asocia  Nueva York con los rascacielos. Turista que se respete hace cola en el Empire State, cuyos 102 pisos lo convierten en el más alto de todo Manhattan. Le siguen el Chrysler con 71 pisos  y el Rockefeller Center con 70, y una terraza que es punto obligado para todo aquel que quiera ver la ciudad desde las alturas.

En medio de estas espigas torres está un edificio de 20 pisos  que algún día fue llamado rascacielos, pero que hoy se esconde entre la inmensa jungla de concreto de la isla. Se trata del Flatiron, ubicado en la intersección de Broadway con la Quinta avenida, entre las calles 22 y 23. A pesar de que otros más altos lo han eclipsado, sigue siendo un sitio recomendado en las guías turísticas por su belleza y su importante legado arquitectónico.
Su estrellato comenzó incluso antes de ser inaugurado. Los diarios divulgaron el proyecto no solo porque iba a ser una de las más altas estructuras de la ciudad sino porque rompería con el molde utilizado para las construcciones de la época. El Flatiron se levantaría desde la calle como un triangulo isósceles de 94 metros de altura.

Algunos pensaron que por esas características de forma y talla, la estructura no resistiría el embate de los fuertes vientos. Nada de eso ocurrió y en 1903 el edificio abrió sus puertas. Se le bautizó Fuller Building en honor a George A. Fuller, dueño de la empresa que lo mandó construir. Pero ese nombre nunca pegó, pues la gente lo siguió llamando Flatiron. Así se le conocía desde hacía muchos años al lote en el que se construyó, ya que su forma triangular semejaba una plancha de hierro – flatiron en inglés- de la época. Actualmente, esa palabra le da el nombre a toda la zona que incluye, tiendas, oficinas, cafés y restaurantes.

 
Aunque en su época el edificio tuvo sus críticos, hoy nadie duda de que el Flatiron marcó un hito arquitectónico. Este diseño busco reproducir los palacios renacentistas que se caracterizaron por un zócalo o basamento en los primeros niveles, un cuerpo de pisos y un remate a modo de gran corniza.


Este tipo de palacios renacentistas verticales,  en general los rascacielos posteriores, fueron posibles gracias a la convergencia de varios factores: el desarrollo de la estructura en acero, la electricidad y la invención del ascensor. Otro elemento su el alto costo del suelo en las ciudades.

El gran atractivo del edificio fue y sigue siendo su forma. Es como si tuviera tres caras diferentes pues, si se mira desde el costado sur, parece un edificio cuadrado, si los vemos de los costado este y oeste, es rectangular, en cambio si se aprecia el vórtice norte de solo dos metros y un ángulo de 25 grados- desde la plaza del General Worth, entre la Quinta y Broadway- se obtiene una vista majestuosa. “Le da al edificio la imagen de una proa de barco navegando en la ciudad”.

Una anécdota de sus comienzos cuenta que los hombres iban a su fachada a ver unos buenos pares de piernas. Como la altura del edificio desviaba las corrientes de aire por sus costados, se volvió una costumbre masculina ir al frente del edificio a esperar a que el ventarrón levantara las faldas de las mujeres.

Su imagen esta permanentemente en películas, series de televisión, y vídeos comerciales; una fama que le ha inyectado nueva energía al sector, que hoy goza de gran popularidad. Nada mal para este edificio que en el corazón de muchos sigue siendo el primer rascacielos.






sábado, 1 de junio de 2013

147.Nuestro interior es lo más valioso pero en ocasiones lo dejamos solo...

                                                          
Todo lo de afuera es neutro. 
Nadie nos hace felices ni es nuestra desgracia. 
Todo depende de cómo dejemos que nos afecte.