viernes, 25 de noviembre de 2011

RECORDANDO A JOSE...Yo quiero hablar aquí, hoy, de algunos hechos y circunstancias que me parecen importantes para entender a este ser humano, mi prójimo de carne y hueso, que se llamó José Asunción Silva y que pasó por el mundo como una estrella fugaz, pidiendo en vano que alguien se asomara a las profundidades de su alma, más allá de su brillo deslumbrante, debajo de su radiante vestidura de poemas inmensos y modales delicados, y viera y comprendiera sus dolores, sus soledades, sus angustias y sus alegrías.

El 23 de mayo de 1896, a eso de las once de la noche, José Asunción Silva, joven poeta, bogotano aristocrático de 31 años de edad, se despidió de los amigos con quienes acostumbraba conversar en diaria tertulia y dio a su madre y a su hermana Julia el beso de las buenas noches. Antes de salir de la sala, uno de sus comensales lo detuvo para invitarlo a almorzar al día siguiente. Pero Silva le respondió que eso no sería posible a causa de su salud quebrantada y añadió algunas palabras acerca de la inutilidad de la vida. Su amigo, tratando de reprocharle su pesimismo, le dijo entonces:


— Si sigues así, no me sorprenderá que te des un balazo el día menos pensado.


— ¿Quién, yo? ¡Sería curioso que yo me matara! — Contestó Silva con mucha presteza, pero sonriendo.


Cumplidas las despedidas, Silva se dirigió a su habitación. Se desnudó y luego se vistió con otras ropas limpias y preparadas al efecto: pantalones de casimir, botas de charol y una camiseta de seda blanca en la que se podía ver dibujada la silueta del corazón, precisamente sobre el lugar donde debía encontrarse ese órgano vital. Después se supo que esa misma mañana el poeta había visitado a su médico y amigo, el doctor Juan Evangelista Manrique, con el pretexto de pedirle un remedio contra la caspa. El doctor Manrique recordaría más tarde que Silva le había pedido, como al pasar, que le dibujara en la camiseta con un lápiz dermográfico el lugar exacto del corazón.


El poeta se recostó luego en su lecho y empuñó el revólver que tenía preparado para ese momento. Colocó la boca del cañón en el centro del dibujo de su corazón y oprimió el gatillo. La bala trazó un relámpago de muerte en el pecho del suicida y, dice un historiador, "le puso fin al poema de su melancolía".
Nadie oyó el estampido. A la mañana siguiente, la anciana criada que entró a la habitación trayendo la bandeja del desayuno, encontró al cadáver, con los ojos abiertos y la expresión tranquila.


No dejó carta de despedida, ni explicación escrita sobre los motivos del suicidio. Sus funerales consistieron, según la norma impuesta en la época por la Iglesia Católica, en arrojar el cadáver a un muladar. Los suicidas no tenían derecho a la paz del cementerio, reservada exclusivamente a los fieles practicantes del amor, la compasión y la caridad.


Se están cumpliendo 146 años de su natalicio, el mejor poeta de Colombia, mostró su imagen creativa desde los ocho años de edad y aunque su vida fue corta fue muy fructífera en cuanto a su calidad y su sabiduría; en el fondo si se toman el tiempo de leer sus obras podrán encontrar sus sentimientos más profundos, más íntimos, los cuales, nunca pudo compartir con ese ser tan anhelado que proyecto en su mente, tal vez, con la persona que si pudo y que le conocía muy pero muy bien  no logró concretar ese amor puro y sublime porque se les atravesó la línea de sangre y la muerte funesta.


IDILIO
-Ella lo idolatró y Él la adoraba... 
-Se casaron al fin?
 
-No, señor, Ella se casó con otro
 
-¿Y murió de sufrir?
 
-No, señor, de un aborto.
 
-¿Y Él, el pobre, puso a su vida fin?
 
-No, señor, se casó seis meses antes
 

del matrimonio de Ella, y es feliz.


Acepten la invitación de leer a JOSE, encontraran magnificas letras y una mente tan creativa y viva a pesar de sus 146 años. 

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