domingo, 9 de octubre de 2011

1ra.- Entrega: Sexo, blasfemias, violencias, irrespeto religioso. Colombianos haciendo eso?????? Pues SIIIIII señores:

LLa literatura colombiana bajo la lupa del régimen franquista con sus  los censores numéricos bloquearon la difusión internacional de ésta, y con ello, el reconocimiento de sus autores más allá de las fronteras latinoamericanas. Hoy puede ser irrisorio pero en su tiempo fue un crimen contra la libre expresión literaria y la libre escogencia de los potenciales lectores ibéricos. 


Existen los informes de los fastidiosos lectores franquistas, los famosos censores sin nombre tan solo con un número de firma.


Colombian literature under scrutiny of the Franco regime withnumerical censors blocked the international diffusion of this, andwith it the recognition of their authority beyond the borders of Latin America. Today may be laughable but for the time it was a crimeagainst free expression and free choice literary potential readersof Iberians.

There are reports of annoying readers Francoist censors without a name famous with just one signature number.

El otrora "generalísimo Franco"

Alvaro Mutis escribía versos “irreverentes” y “blasfematorios”. Jorge Gaitán Durán, el poeta que fundó la legendaria revista Mito, era de “ideología netamente anarquista y ateo”. José María Vargas Vila, quien a tantos lectores colombianos escandalizó a finales del siglo XIX, era “vanidoso, irresponsable, miedoso y lleno de prejuicios”. Cierta novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal era “deprimente” y otra de Fernando Soto Aparicio “pura pornografía”. Esas son las conclusiones de los censores del gobierno del general Francisco Franco en España, en cuyas manos recayó la responsabilidad de autorizar —o prohibir— los libros de una treintena de escritores colombianos.
Álvaro Mtuis
En los interminables corredores del Archivo General de la Administración, el tercero más grande del mundo, reposan los informes que realizaba la Sección de Orientación Bibliográfica, eufemismo con el que se designaba al ejército de quisquillosos censores del régimen franquista. El laberíntico edificio, situado a treinta kilómetros de Madrid, en la plácida ciudad universitaria de Alcalá de Henares, alberga los manuscritos de todos los títulos propuestos para publicación durante los 36 años de gobierno de Franco (1939-1975). A cada petición de publicación corresponde un “expediente”, un sobre de manila que contiene los informes de censura, las cartas de las editoriales y las galeradas de los textos, cosidos con cabuya y escritos a máquina o a mano. Algunos, como las Obras completas de Tomás Carrasquilla, superan los 2000 folios y 40 informes. Los fragmentos reprobables eran tachados en esfero rojo —y a veces perforados— por los “lectores”, que firmaban con números o garabatos indescifrables. Los textos más complejos eran revisados por dos o más censores, hasta que se llegaba a una decisión.

TINTERILLOS CON TIJERAS:

¿Ataca a la moral?, ¿a la Iglesia o a sus ministros?, ¿al régimen y a sus instituciones?, ¿a las personas que colaboran o han colaborado con el régimen? Los pasajes censurables, ¿califican el contenido total de la obra? Estas eran las preguntas que guiaban la lectura de estos anónimos personajes, quienes para ser censores debían ser traductores, militares, sacerdotes o militantes del partido, “con méritos suficientes para ello por los servicios prestados a España y a la Iglesia católica”, según constaba en el reglamento oficial.
Ni siquiera los clásicos se salvaron de la purga falangista. Desde Shakespeare hasta Nietzsche, pasando por Alejandro Dumas y Emilio Salgari, se vieron reescritos, mutilados o incluso prohibidos durante la España del Generalísimo. Los escritores del boom latinoamericano figuran ampliamente en los archivos franquistas. Miguel Ángel Asturias tenía “un tono antiimperio” y los libros de Julio Cortázar derivan “hacia el panfleto subversivo”. El siglo de las luces de Alejo Carpentier resultaba “insultante contra Dios y contra la Santísima Virgen”. Otras veces el problema era más de forma que de contenido: La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig era un “cubo de basura” escrito con estilo “sosísimo e insoportable” que podría haber sido redactado por “un niño de ingreso de bachillerato”. 
Tampoco superaron el corte El túnel de Ernesto Sábato, Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa, ni Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante.
Había varios finales posibles para un libro. Las obras juzgadas inadmisibles eran denegadas, sin que se dieran mayores explicaciones. Si contaban con suerte podían ser publicadas, según una gama de respuestas positivas que iba desde “autorizada” hasta “tolerada” o “no impugnable”. Con frecuencia se pedía suprimir algún pasaje o cambiar una palabra, en cuyo caso se aplazaba el depósito legal hasta que la editorial presentara una versión corregida. Uno de los destinos más curiosos era el “silencio administrativo”, un limbo burocrático en el que la editorial nunca recibía una respuesta oficial pero tampoco una prohibición. En estos casos el editor podía publicar el libro, asumiendo el riesgo de que los ejemplares fueran confiscados. Así pudo circular la Summa de Maqroll de Álvaro Mutis, inconveniente a los ojos del lector 12 por versos como: “mujeres que alzan sus vestidos / para gemir con su sexo desnudo / y la luz de sus nalgas / la eficacia de la conquista”.
 LOS FAVORITOS Y LOS CONDENADOS DEL RÉGIMEN:
 Algunos escritores colombianos generaron el rechazo rotundo de la censura franquista. Entre ellos estuvo el poeta nadaísta Gonzalo Arango, quien “ataca a la Iglesia, al Estado, el Ejército, la Justicia y a todo lo que supone autoridad o poder, jerarquía u orden”. La conclusión sobre su poesía fue implacable: “nada escapa al afán demoledor e iconoclasta, subversivo y anarquista de este escritor, evidentemente hispanoamericano”. También el poeta Jorge Gaitán Durán cayó en desgracia con el régimen por escribir “informaciones peligrosas para la moral y las buenas costumbres” y por “atacar a la familia y a los fundamentos del Estado”.
Portada Libro La Marquesa de Yolombó
Otros fueron bien recibidos por el régimen, aunque rara vez sin ningún reparo. Para los censores, Tomás Carrasquilla, un hombre “profundamente católico y amante de España y de nuestra cultura”, era de lejos “el mejor novelista de su tierra y el que con mayor soltura y riqueza ha sabido escribir en castellano” en Colombia. Eso a pesar de que “algunas veces manifiesta un leve barniz de liberalismo político y religioso” y de que su novela La marquesa de Yolombó, que transcurre en un pueblo antioqueño durante la Colonia, infortunadamente “presenta a los colonizadores con rasgos no muy favorables”.
Libro El Cristo de espaldas
Algo similar sucedió con José Eustasio Rivera, cuya obra maestra La vorágine —publicada en España en 1972, medio siglo después de haber sido escrita— recibió el raro elogio de ser una “novela para minorías selectas y que sepan lo que es literatura”. Para su censor, la odisea de Arturo Cova en la selva contiene “alguna escena cruda, pocas, pero todo esto palidece si se estudia su léxico, riquísimo”. Y Eduardo Caballero Calderón, cuyo Cristo de espaldas tenía un “espíritu profundamente católico y moralizador”, debió aceptar varias tachaduras en sus otros libros para poder verlos editados.
 Superaron la censura sin problemas varias novelas de Manuel Zapata Olivella, de Manuel Mejía Vallejo y de José Antonio Osorio Lizarazo, así como casi todos los libros del historiador Germán Arciniegas. También tuvieron fortuna poetas como José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Eduardo Cote Lamus, mientras que otros como León de Greiff, Aurelio Arturo o Porfirio Barba Jacob nunca fueron llevados a la “madre patria”.
EL PARADOGICO CASO DE GABO:
 Los grandes escritores del boom como Cortázar y Cabrera Infante tuvieron muchos problemas con la censura, pero curiosamente a Gabriel García Márquez lo perdonaron los lápices rojos. La mala hora fue aprobada sin problemas pese a la “abundancia de situaciones pícaras y palabrotas que no vulneran la moral”. La cándida Eréndira pasó a pesar de sus “licencias de lenguaje sin mayor trascendencia”. Relato de un náufrago llamó la atención por criticar la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, pero terminó pasando. Y Los funerales de la Mamá Grande y El coronel no tiene quién le escriba tampoco sufrieron sobresaltos.
 Tal vez ningún caso sea tan increíble como el de Cien años de soledad, que el lector no dudó en calificar como “muy buena”, un piropo poco común en los informes de censura. Para este, la obra maestra de García Márquez da “una idea, la más exacta posible, de la baja y media sociedad hispanoamericana, concretamente de la sociedad colombiana, con sus infidelidades matrimoniales, sus rencores familiares, sus trapicheos, sus aspiraciones, sus pequeños y ruidosos negocios, su elevada natalidad y mortalidad infantil, su hacinamiento doméstico…”. Y a pesar de que tiene “un ambiente en el que predomina la inmoralidad como cosa de todos los días y sin ulteriores preocupaciones éticas”, la novela se salva porque describe “situaciones inconvenientes sin aprobarlas ni condenarlas”.
Escritores del Boom literario latinoamericano 
Pero, ¿qué tenía Gabo que no tuvieran Vargas Llosa o Cortázar? El caso del colombiano resulta paradójico porque Cien años de soledad fue publicada en la península ibérica antes incluso que sus primeros cuatro libros. En esa época el gobierno español comenzaba a intentar adueñarse del mercado editorial en América Latina y este libro era una pieza clave del rompecabezas. “El prestigio de la novela y los beneficios económicos que traería se sobrepusieron a la moralina del régimen. Al final hicieron la vista gorda con problemas como el del incesto o las escenas sexuales. Tuvo un poco de suerte también”, de alguna manera el ascenso meteórico del Nobel lo hizo inmune a los tachones del franquismo. García Márquez no solo tuvo suerte con la censura literaria, sino también con la cinematográfica, en una época en la que también el cine y el teatro eran vigilados con especial cuidado por su impacto masivo. El guion de La cándida Eréndira, que el escritor presentó al tiempo que Cien años de soledad, despertó un inusitado fervor del régimen. Aunque el primer lector lo describió como “muy barroco” y “en parte escabroso”, el segundo lo llamó una “preciosidad auténtica” en una “época de imaginación y fantasía en crisis”. Este censor concluyó su informe agradecido porque el guion le había dado “uno de los escasos placeres conseguidos en su ya larga tarea de lector”.
 A pesar de la opinión favorable, el guion quedó “condicionado” hasta que la productora escogiera un director y garantizara la supresión de las escenas de desnudos. Aun así, la película no vería la luz hasta los años ochenta, cuando fue filmada por el brasilero Ruy Guerra.



Bueno, hasta aquí por hoy seguimos en la próxima entrega pienso que les ha agradado conocer un poco de las antiguas censuras ibéricas hacia unas grandes mentes creativas pero eso a la larga no los detuvo para demostrar sus ilimitadas imaginaciones y hacer volar por esos mundos a aquellos que nos gusta leer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario