lunes, 10 de octubre de 2011

2da. Entrega: Sexo, blasfemias, violencias, irrespeto religioso. Colombianos haciendo eso?????? Pues Siiii señores:


En la primera entrega podemos encontrar autores que logran una narrativa llamativa para contar hechos imaginarios acompañados por reales tanto así que hasta el sol de hoy están vigentes en la literatura latinoamericana.

 UN ASUNTO DE SEXO Y RELIGIÓN:
 Al revisar los expedientes de censura da la impresión de que los lectores oficiales estaban más interesados en tachar los pasajes que juzgaban escandalosos que en hacer lecturas cuidadosas de los textos. Tal vez por eso los temas más sensibles eran el sexo y la religión, y en menor medida la política y el uso del “buen castellano”.
Libro de Álvaro Mutis
La mansión de Araucaíma, el relato gótico que escribió Álvaro Mutis para ganarle una apuesta al cineasta Luis Buñuel, fue descrita por los censores como la historia de “un invertido (aunque no en ejercicio) que vive con un fraile que es su administrador, un sirviente negro, el guardián (un soldado retirado), un piloto y una criada cuarentona que se reparte entre todos menos el dueño, que tiene aficiones especiales”. La novela, pese a su “ambiente decadente y sensual”, fue autorizada siempre y cuando se eliminaran algunos pasajes para “suavizarla”, incluyendo una escena sexual y referencias a la religión.
Libro de Gustavo Alvarez G.
 Peor suerte tuvo Pastora Santos, de Fernando Soto Aparicio, que fue denegada por contener en sus páginas “todas las aberraciones y desviaciones sexuales imaginables con la sola excepción del homosexualismo”. El bazar de los idiotas, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, fue prohibida por su “desvergonzado homosexualismo” y sus “actitudes indignas” contra la Iglesia católica. De hecho, a uno de sus cuatro censores le molestó tanto que concluyó su informe diciendo “no me parece aconsejable echar al ambiente más porquería, irreligiosidad, guasa de las cosas santas”. Ni siquiera surtió efecto una carta de Belisario Betancur, entonces embajador en España, cuando Plaza y Janés la volvió a presentar tras la muerte de Franco, a finales de 1975. A pesar de que el ministro de Información y Turismo le respondió en persona que no había encontrado “nada negativo” en el libro, la petición fue misteriosamente denegada de nuevo.
El adulterio era otro tema arriesgado. Catalina de Elisa Mújica se salvó porque su historia de una mujer empujada al adulterio tras ser rechazada por ser estéril termina con el arrepentimiento de la protagonista. Asimismo, Los laberintos insolados de Marta Traba se salvó no solo por estar escrito en “el buen castellano de Colombia y con notable originalidad y enjundia poética”, sino también por las circunstancias en las que ocurre el adulterio de su personaje. Para su censor, la novela era permisible porque “psicológicamente no estaba vinculado el adulterio por la lealtad de un primer amor”, porque el protagonista lo comete con una mujer desconocida y porque el ambiente de hotel parisino es menos sórdido.
DE LITERATURA Y POLÍTICA:
Libro 
A pesar de que el régimen franquista examinaba con lupa los textos de escritores españoles en el exilio, los lápices rojos se ensañaban con los autores latinoamericanos más por sus simpatías de izquierda que por las implicaciones políticas de sus obras. Aun así, a algunos libros colombianos se les dificultó la publicación porque podían resultar políticamente inconvenientes. Uno de los casos más notorios fue el de La casa grande, la novela de Álvaro Cepeda Samudio sobre la masacre de las bananeras ocurrida en Ciénaga en 1928. El libro del escritor barranquillero generó un arduo debate al interior del aparato de censura pese a que cinco años antes había sido publicado en España Cien años de soledad, que también inmortalizó la represión brutal de una huelga de trabajadores de la United Fruit Company. Pese a suceder en un país y un tiempo lejanos, para el lector 21 los hechos narrados “no pueden resultar tangenciales o indiferentes a un lector español”. Para este censor, “hay una clara animadversión hacia el Ejército  incluso hacia el servicio militar— y, en general, hacia las fuerzas encaminadas a restituir el orden establecido”. Al final, la pelea se zanjó con un silencio administrativo que permitió su publicación.
En otras ocasiones el problema no era el contenido, sino el contexto. La rebelión de las ratas, la novela más conocida de Fernando Soto Aparicio, fue autorizada en 1962 tras otra acalorada discusión entre los censores. Por esos días se llevaba a cabo en la provincia española de Asturias una feroz huelga minera, que fue uno de los mayores retos de orden público que enfrentó Franco. En efecto, un duro primer informe recomendaba no publicar el libro por las similitudes de su trama con la situación política del país.
Libro
 En su juicio la novela no era “nada oportuna” porque “si bien está limpia de ‘mala intención’, haría el ‘caldo gordo’ a la propaganda comunista de estos días”. Su conclusión era tajante: debía denegarse por los “nada saludables resultados de su lectura en los tiempos que corren”. Finalmente terminó ganando el pulso la opinión de otro censor, quien la declaró “limpia de demagogia y llena de acentos cristianos”. A veces los lectores franquistas hacían gala de un sentido del humor perverso. El espejo sombrío de Soto Aparicio fue permitida porque se pensó que no circularía ampliamente debido a su “pobreza argumental” y su “exceso de verbalismo poético poco al alcance de la masa”. La novela fue finalmente autorizada, siempre que se hicieran diez tachaduras. Entre los fragmentos eliminados había uno que decía que “la censura es una de las monstruosidades que persisten como resaca de los viejos perjuicios para deformar la libertad”. La censura para ocultar la censura.  

Pero el tiempo  ha transcurrido, Franco y sus censores ya están bajo tierra en su mayoría pero las letras, las frases y los libros siempre quedan y aún más cuando son buenos trascienden en la historia de un pueblo, los invito a que volvamos a leer estos clásicos irreverentes  pues en su mayoría todos aquellos que pasamos por la escuela secundaria tuvimos "la tortura o la fortuna de leerlos".

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