domingo, 23 de octubre de 2011

El óleo Salvator Mundi, trae a Leonardo Da Vinci de nuevo con lupa

A lo largo de la historia, muchos museos y galerías han recibido personas que aseguran tener un cuadro desconocido de Leonardo da Vinci. La última vez que resultó cierto fue en 1909, cuando se descubrió la última de las escasas veinte pinturas del genio renacentista de las que se tiene noticia. Un año antes había pasado desapercibida una fotografía de una pintura titulada Salvator Mundi en la que aparece Cristo con una mano en actitud de bendecir y con un globo terráqueo de cristal en la otra. Como tantas veces, se decía que era una obra de Da Vinci, pero nadie lo creyó.
Detalle de la mano
Un siglo después apareció por fin el misterioso cuadro, pero esta vez desde un principio tomó fuerza la versión de que se trataba de un original. Y efectivamente, un grupo de expertos convocado por la National Gallery de Londres acaba de autorizar atribuirle el cuadro a Da Vinci y exponerlo junto a otras de sus obras en la exposición temporal Leonardo da Vinci, pintor en la corte de Milán, próxima a inaugurarse. En el certamen, este lienzo será sin dudas la atracción.

Es una oportunidad única de verla, pues es muy probable que la obra termine pronto en la mansión de algún jeque árabe o de un multimillonario como Bill Gates, los únicos que podrían tener en su caja menor los 200 millones de dólares que los expertos piensan que puede valer. Sus dueños, un misterioso ‘consorcio’ del que solo se conoce su representante: Robert Simon, un popular marchante neoyorquino, no han dicho si están dispuestos a venderla. Pero en el mundo del arte se considera que si accedieron a exhibirla es porque han pensado en hacerlo. 

Antes de asumir la responsabilidad de declarar la autenticidad de un Da Vinci original, los expertos no solamente debían examinar la obra, literalmente, con lupa y con visores de última tecnología. También hacía falta armar el rompecabezas de su historia. 

En esta búsqueda encontraron dos estudios del drapeado de las mangas así como un grabado del original hechos en Londres a mediados del siglo XVII. También determinaron que el cuadro estaba en un inventario de los bienes de Carlos I hecho tras su ejecución, en 1649. Los investigadores establecieron que luego perteneció al duque de Buckingham, que lo sacó a remate en 1763. Desde ese año cayó en el olvido hasta que reapareció como parte de la colección Cook en 1900. De ese entonces data la fotografía, en la que ofrece un aspecto lamentable. Volvió a aparecer en 1958, cuando un historiador del arte británico lo vendió por 800 libras esterlinas de hoy. De ahí dio un salto a 2005, cuando fue ubicado como parte de una herencia puesta a la venta en Estados Unidos. En ese momento llegó a manos del actual ‘consorcio’ por una cifra desconocida. 

Sus nuevos propietarios enfrentaban un reto doble: comprobar que era el original, y no una de las veinte copias que se calcula existen de la obra, y, lo más importante, que efectivamente era de Da Vinci. Para esto contactaron en 2004 a Simon, quien asegura haber recibido la obra deteriorada y con varias capas de pintura sobre la original, resultado de los intentos por darle nueva vida a través de los siglos. 

El marchante decidió llevársela a un viejo amigo, un reconocido restaurador de 98 años, quien la miró junto con su esposa, otra experta y profesora de la Universidad de Nueva York. Ambos removieron una parte de las capas adicionales de pintura, con resultados esperanzadores que los motivaron a continuar con un proceso que se prolongó por dos años. Al cabo de esta primera fase apareció el primer indicio serio cuando quedaron al descubierto los rizos dorados, que por su finura y esplendor daban para pensar que habían sido obra del autor de La última cena. Y tras esta, vino la que luego sería la prueba definitiva de que era el original: el rastro del pulgar de la mano con la que imparte la bendición en una posición original diferente, lo que denota un cambio de parecer del artista.

Este hallazgo fue un paso clave y convenció a expertos de varias universidades.
Pero hacía falta tiempo y trabajo para reunir evidencias suficientes que permitieran arriesgarse a avalar la obra como un auténtico Da Vinci. Tres años después, los especialistas ya tenían argumentos suficientes. Demostraron que los pigmentos usados eran de la época, hallaron improntas de la palma de la mano del maestro descubiertas con visores de alta resolución y modificaciones como la del pulgar en la posición de la cruz y de la estola. 

Los expertos también resaltaron la profundidad de campo de la obra y una sutil diferencia de foco entre la cara y la mano levantada, todo esto consecuente con el interés del autor por el funcionamiento de la vista humana. Luego viene la esfera, con pequeños puntos relucientes. Kemp asegura que es cristal de roca, material que siempre interesó a Da Vinci. “La parte baja de la palma de la mano aparece dos veces, por lo que el restaurador creyó que esto fue un cambio de parecer. Ignoraba que Leonardo sabía que el cristal de roca producía una doble retractación”.

Como era de esperarse, apenas Simon reveló los avances del equipo de la National Gallery, comenzó el revuelo. El habitual y cerrado escepticismo sucumbió ante los contundentes argumentos del equipo de la National Gallery y solo un historiador del arte puso en tela de juicio su dictamen. Fue Frnak Zöllner, de la Universidad de Leipzig, quien insiste en que por las proporciones de la nariz –muy larga para un perfeccionista como Da Vinci– se puede pensar que el cuadro es obra de un talentoso discípulo. 

Lo que sí cuestionan muchos es haberla exhibido tan pronto. Dicen que era mejor esperar a cuando ya no quedara ninguna duda. Bendor Grovesnor, otro reconocido marchante londinense, responde que jamás habrá una certidumbre del 100 por ciento en un caso así y que hay que confiar en el criterio de los que saben. Por lo pronto, el público podrá verla en la National Gallery, compararla con otras creaciones suyas y dar el aval clave para que el Salvatore Mundi sea, por siempre, el cuadro número 21 de Leonardo da Vinci.

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